Señales de que somos orgullosos
El mundo en el que vivimos está plagado de propaganda y pensamientos humanistas, que tratan de colocar al hombre por encima de Dios. Frases como “sigue tus sueños”, “vive para ti” o “confía en ti mismo sin importar lo que los demás piensen”, forman parte del pensamiento común, por lo que es muy probable que estas ideas estén en tu corazón y que aún no te has dado cuenta del pecado que está detrás de la mayoría de estos pensamientos. El pecado llamado orgullo.
La altivez, la soberbia, la arrogancia, el amor propio o la vanidad, son algunos sinónimos de uno de los pecados que las Escrituras nos señalan, que no solo Dios aborrece, sino que aún abomina su alma, ya que Proverbios 6:16-17 afirma que los ojos altivos (orgullo) son aborrecibles para Él. Es por ello que diversos versículos de la Biblia nos exhortan a cultivar el temor del Señor en nuestro corazón, aborreciendo aquellas cosas que Dios mismo aborrece, como la soberbia y la arrogancia (Proverbios 8:13).
Al igual que cualquier otro pecado, el orgullo del hombre tiene su origen en la caída, cuando la serpiente antigua tentó a los primeros humanos haciéndoles creer que si tomaban de aquel fruto, que Dios les prohíbo que comieran, serían abiertos sus ojos, siendo iguales a Dios (Génesis 3:4-5). La ironía de esto es que ellos ya eran semejantes a Él, pues Dios mismo los había creado a Su imagen (Génesis 1:27). Sin embargo, ellos prefirieron definir el bien y el mal, bajo sus propios términos, desobedeciendo a Dios y creyendo arrogantemente que su sabiduría sería mayor a la de Dios (Génesis 3:6).
A partir de ese momento, el hombre se separó de Dios y comenzó a vivir como “un ser independiente de Dios”, haciendo grandes abominaciones y perversiones egoístas. Ellos serían los que reinarían sus propias vidas y no único Rey Verdadero del universo, por lo que su propio orgullo comenzó a tomar el trono de sus corazones.
Si asistes a una iglesia, quizás puedas caer en el error de pensar que solamente aquellas personas que no creen en Dios, son las que tienen este pecado en su corazón, no obstante, una de las exhortaciones que Dios hizo a las siete iglesias, del último libro de la Biblia, tiene que ver con el orgullo que estaba reinando en sus vidas. Apocalipsis 3:17 nos muestra que la iglesia de Laodicea se jactaba de su riqueza y de que no tenían necesidad de nada, ni siquiera de Dios.
“Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo”, afirma este texto, por lo que es importante que examinemos nuestro corazón y consideremos si hay alguna esfera de nuestra vida en la que Dios no sea el Rey.
1 Corintios 10:12, después de mencionar diversos pecados en los que cayó el pueblo de Israel, nos advierte a no confiar en nosotros mismos, pensando que podemos tener a Cristo como nuestro Salvador, pero no como nuestro Rey y Señor. “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga“. Por lo cual, si hay algo de nuestra vida, por muy pequeño o simple que parezca, que estamos haciendo sin considerar a Dios, es muy seguro de que en esa área el orgullo ha tomado el lugar de Dios.
Algunas señales que nos muestran que hay orgullo en nuestra vida son:
El Nuevo Testamento nos enseña que Jesús, siendo Dios mismo, vino al mundo en una actitud de humildad y sumisión al Padre (Filipenses 2:5-8), no buscando de manera egoísta y orgullosa su propio bien, sino para servir a los demás (Mateo 20:28) y, a pesar de saber que descendería sobre Él la ira de Dios que nosotros merecíamos recibir, sufrió la cruz, por el gozo puesto que tenía delante de Él (Hebreos 12:2).
Recordar el evangelio constantemente, entendiendo que no hay (en tiempo presente) nada bueno en nosotros por lo que merezcamos recibir la gracia de Dios en nuestras vidas (Efesios 2:8-9), sino por el contrario, que si Dios nos pagara conforme a nuestras obras ya habríamos sido consumidos (Lamentaciones 3:22), nos ayudará a mortificar el orgullo de nuestro corazón. Debemos reconocer que Dios es el único que merece toda la gloria y exaltación. Ver el pecado y la debilidad en nuestras vidas nos debe llevar a ser más dependientes de Dios (2 Corintios 12:10) y a pensar más en Él y menos en nosotros mismos.
Oro a Dios para que, como el apóstol Pablo decía, lejos esté de nosotros el gloriarnos en nosotros mismos, sino que nuestra exaltación, identidad y razón de ser sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo nos es crucificado a nosotros, y nosotros al mundo (Gálatas 6:14).
Autor: Aldo Pérez