Las contiendas vs El Príncipe de Paz
Las guerras son acontecimientos traumáticos para toda la humanidad.
Se escriben libros enteros para estudiar y analizar sus causas y siempre las recomendaciones se dirigen a buscar vías diplomáticas para evitar el conflicto entre naciones a través del diálogo y la negociación. Teóricamente se sabe que las contiendas, los pleitos y las luchas desgastan, generan pérdidas irreparables y son una grave amenaza para la vida social. Y sin embargo, dado que la confusión impera en este mundo caído, seguimos en guerra. La guerra es un acontecimiento de la vida diaria.
Me encanta la sinceridad de la Biblia porque como dice el apóstol Pablo, es palabra digna de ser creída por todos. Así que al abrir este libro que contiene la Palabra de Dios, nunca saldremos decepcionados y cuando de contiendas, disputas y discusiones hablamos, la Biblia tiene algo por decir. Hay numerosos versículos en Proverbios que nos indican la necedad del que vive engendrando contiendas y entremetiéndose en pleitos.
Los labios del necio provocan contienda, y su boca llama a los golpes (Proverbios 18:6).
El hombre irascible suscita riñas, pero el lento para la ira apacigua contiendas (Proverbios 15:18).
También podemos ver dolorosas historias que terminan en asesinato, como el caso de Caín y Abel (Génesis 4); de igual manera, el libro de Santiago nos explica la razón de nuestras riñas y divisiones que son nuestros malos deseos (Santiago 4:1-2). Pero desde un panorama más general, resulta que la Biblia relata que estamos en medio de una gran contienda. Satanás se levantó en contra de Dios y le declaró la guerra.
El libro de Ezequiel menciona el origen de esta batalla cósmica:
“Tú eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría y perfecto en hermosura. En el Edén estabas, en el huerto de Dios; toda piedra preciosa era tu vestidura…Perfecto eras en tus caminos desde el día que fuiste creado hasta que iniquidad se halló en ti. A causa de la abundancia de tu comercio te llenaste de violencia, y pecaste; yo, pues te he expulsado por profano del monte de Dios, y te he eliminado, querubín protector, de en medio de las piedras de fuego. Se enalteció tu corazón a causa de tu hermosura; corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor…” Ezequiel 28:13-17.
La Biblia nos menciona que antes de la rebelión de Satanás, éste se encontraba en una alta posición como criatura de Dios, misma que lo llevó al orgullo y arrogancia, es así como, motivado por un profundo deseo de autoexaltación, quiso usurpar el lugar de su Creador y se levantó como enemigo de Dios para hurtar, matar y destruir.
Si observamos la raíz de la mayor contienda de todas, la del diablo contra Dios, podemos obtener pistas del origen de nuestras disputas y peleas diarias. Te invito a que nos detengamos a ver la destrucción que provoca nuestro pecado al envanecernos, al enorgullecernos y menospreciar a nuestro prójimo.
¿No ha sido nuestra falta de humildad, nuestra envidia, nuestra codicia por obtener lugares, títulos, posiciones, privilegios, a costa de lo que sea, lo que ha destrozado nuestras relaciones? ¿Hemos sido hostiles con aquellos que estamos llamados a comunicar el evangelio? Si sospechas que tu corazón está inclinado a engendrar contiendas y discordias, aférrate a la gracia perdonadora que te otorga Tu Salvador, aquél que te llamó para ser un heraldo de su paz.
Mientras que Satanás se levanta como enemigo de Dios y nos incita a la enemistad primeramente con Dios, luego unos con otros, acusando, causando enfrentamientos y generando caos… Podemos mirar del otro lado a Jesús: El príncipe de paz. Ese es uno de los tantos títulos con los que Isaías 9:6 identifica al Salvador. Él trae la promesa de la paz “No alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra.” (Isaías 2:4) “Destruiré el carro de Efraín y el caballo de Jerusalén, y el arco de guerra será destruido. Él hablará paz a las naciones.” (Zacarías 9:10) y promete restauración a un nivel que sucederán cosas que jamás imaginamos posibles:
El lobo morará con el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito; el becerro, el leoncillo y el animal doméstico andarán juntos…El niño de pecho jugará junto a la cueva de la cobra, y el niño destetado extenderá su mano sobre la guarida de la víbora. No dañarán ni destruirán en todo Mi santo monte, porque la tierra estará llena del conocimiento del Señor como las aguas cubren el mar. (Isaías 11:6-9).
Recordemos que el día que nació el Señor Jesucristo un coro de ángeles se apareció a los pastores cantando “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz entre los hombres en quienes Él se complace” (Lucas 2:14).
No por nada, la sabiduría proverbial enfatiza la necedad del pendenciero, porque no hay nada más antagónico a Jesús que aquél que provoca contiendas.
Provocamos guerra, Jesús vino a hacer la paz. Nosotros herimos, Él sana. Como Pedro, desenvainamos impulsivamente nuestras espadas para cortar orejas, mientras el Maestro nos enseña que en su Reino se hacen las cosas diferentes.
Mientras constantemente dejamos que la ira nos invada y ejercemos algún tipo de violencia con nuestro prójimo (desde gritos, insultos, descalificaciones, etcétera) vemos a Cristo, haciendo de sus enemigos, amigos de Dios.
Lo que necesitan nuestros corazones incrédulos e irritados es considerar que mientras este mundo se empeña en rivalizar, hubo uno que se entregó hasta la muerte buscando reconciliación. Nos ha dado la herencia de su paz y nuestros corazones pueden descansar confiadamente en esa garantía para ser embajadores de Dios en este mundo de guerra.
“Porque Él mismo es nuestra paz…derribando la pared intermedia de separación, poniendo fin a la enemistad en su carne…”.
Efesios 2:14-15
Autora: Paola G. Espinosa