3 Mentiras para no confesar nuestros pecados

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Constantemente todos los seres humanos somos tentados a pecar contra Dios. El mundo nos ofrece que vivamos una vida en total distorsión al diseño que Dios creó para nosotros. Satanás nos tienta para que nos rebelemos contra Dios. Y nuestra propia naturaleza caída nos lleva a glorificarnos a nosotros mismos y no darle la gloria a Dios.

Estos enemigos (Satanás, el mundo y nuestra naturaleza caída) constantemente nos quieren desviar del propósito por el cuál fuimos creados: Glorificar a Dios y disfrutar de Él por siempre. Sin embargo, la labor de ellos no termina una vez que hemos caído en algún pecado, sino que continúa y muchas veces no nos damos cuenta.

El engaño para no confesar nuestros pecados

Existen muchas razones por las que los creyentes no confesamos nuestros pecados a Dios inmediatamente. En la mayoría de los casos es por orgullo, disfrazado de una falsa integridad. Decimos frases como “Si confieso mis pecados en este momento sería un hipócrita, pues acabo de pecar contra Dios”, “Dios no puede perdonarme así de fácil y rápido, debo hacer algo o esperar un tiempo a que a Dios se le pase su enojo”, “Dios no me puede recibir así de sucio, antes necesito limpiarme y ordenar mi vida”, entre otras frases.

Aunque los pensamientos anteriores parezcan razonables y lógicos, lo cierto es que son contrarios a Dios mismo y a Su evangelio. Por ello, quisiera que examinemos juntos cada uno de estos pensamientos, a la luz de la Biblia, para que podamos ver por qué son un engaño de nuestros enemigos para no confesar nuestros pecados.

Mentira 1: Si confieso mis pecados en este momento sería un hipócrita

El razonamiento de esta frase está basado en que Dios no puede recibir a alguien cuando está manchado por el pecado, sino que solo puede recibir a las personas que están limpias y sin pecado.

Aunque esta frase en parte es verdad, tiene un problema. ¿Puedes ver cuál es el problema? De acuerdo con la Escritura, no hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Esto significa que todos somos pecadores. Toda la humanidad está manchada por el pecado. Ninguno de nosotros podemos limpiar nuestro propio pecado o hacer algo para ser aceptados por Dios. Así lo dice Romanos 3:20:

Porque por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de Él; pues por medio de la ley viene el conocimiento del pecado. 

Delante de Dios, nuestras “buenas obras” son como trapos de inmundicia. No podemos justificarnos ante Dios si leemos mucho la Biblia, si estamos orando mucho, si no hemos caído en "pecados escandalosos” o cualquier otra acción piadosa. Todos somos pecadores. Todos somos hipócritas tanto cuando practicamos el pecado, como cuando estamos practicando las disciplinas espirituales (muchas veces lo hacemos para nuestra gloria). 

Entonces, ¿cómo podemos ser reconciliados con Dios? El apóstol Pablo nos dice la respuesta en los siguientes versículos de Romanos 3:

Pero ahora, aparte de la ley, la justicia de Dios ha sido manifestada, confirmada por la ley y los profetas. Esta justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo es para todos los que creen. Porque no hay distinción, por cuanto todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios.

La única manera en la que nosotros podemos ser reconciliados con Dios es a través de Jesucristo.

Cuando confesamos nuestros pecados, Dios no nos acepta hasta que hagamos algún acto que compense el mal que hicimos. Ninguna obra puede compensar el pecado que hemos cometimos. Dios únicamente nos puede recibir por medio de Su Hijo Jesús. Esta verdad nos debe motivar a confesar nuestros pecados continuamente y, sobre todo, cuando acabamos de pecar.

Mentira 2: Dios no puede perdonarme “así de fácil”

Esta opinión está basada en que vemos demasiado grande nuestro pecado y consideramos nuestras confesiones como algo menor. Pensamos que no es posible que Dios nos perdone con solo reconocer nuestras transgresiones. 

Nuevamente, hay cierta verdad en este pensamiento. Pero alguien dijo en una ocasión que una verdad incompleta es una mentira. Nuestro pecado es muy grande. Es tan inmenso que es imposible que podamos limpiarlo por nuestros propios méritos. Simplemente confesar nuestros pecados no nos justifica delante de Dios. Lo que nos justifica delante de Dios es que confesamos nuestros pecados y que, a su vez, confiamos por fe en la justicia que recibimos de Cristo.

La primera epístola del apóstol Juan dice que si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad (1 Juan 1:9). El perdón de pecados no está basado en nuestra confesión, sino en la justicia de Cristo. Pero si no confesamos nuestros pecados, no recibiremos el perdón. Ambas cosas son necesarias para recibir el perdón. Tanto confesar nuestros pecados, como creer en Jesús para perdón.

Por lo anterior, creer que el perdón de nuestros pecados es algo simple o fácil, es quitarle el mérito a la vida perfecta de Cristo y a Su sacrificio. Ciertamente, los que hemos sido redimidos por Cristo no pagamos el precio de nuestros pecados, pero Jesús sí lo pago. Jesucristo no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a Sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló Él mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Filipenses 2:6-8).

Así que cuando pienses que Dios no puede perdonarte “Así de fácil”, recuerda el costo que pagó tu salvador en la cruz.

Mentira 3: Debo esperar un tiempo a que a Dios "se le pase su enojo"

De acuerdo con esta frase, no es posible que Dios nos perdone al instante en el que confesamos nuestros pecados. Probablemente está enojado con nosotros y debemos esperar un tiempo hasta que "se le pasé su enojo".

Para nosotros es razonable pensar de esta manera, porque así actuamos. Si alguien nos lastima, muchas veces tardamos en perdonar y en olvidar lo que nos hizo. Pero Dios no actúa de esa manera.

La Biblia nos enseña que Dios es un juez justo, por lo que está indignado o airado cada día contra el impío (Salmo 7:11). Dios de ninguna manera puede complacerse de nosotros cuando pecamos. Al contrario, nuestra condición caída hace que no podamos tener comunión con Él, pues es Dios es Santo y no puede tener comunión con el pecador.

¿Puedes ver el problema? Continuamente estamos pecando contra Dios, porque tenemos una naturaleza caída. No hay algún momento de nuestra vida en el que nuestras “buenas obras” estén completamente limpias y sin pecado. Por ello, Dios no puede alegrarse de nosotros y simplemente quitar Su ira de nosotros. No puede esperar un tiempo a que se le olvide las cosas malas que hicimos, porque todo el tiempo estamos en pecado delante de Él (Salmo 51:3; 1 Juan 1:8).

Entonces, ¿qué podemos hacer para que Dios no esté enojado contra nosotros? Lo único que podemos hacer es depositar toda nuestra fe y esperanza en Aquel que sí pudo quitar la ira que Dios tenía contra nosotros.

En la cruz, Jesús recibió toda la ira de Dios que nosotros merecíamos recibir. Legalmente, nuestros pecados fueron considerados como si Cristo los hubiera cometido y la inocencia de Cristo fue puesta sobre nosotros. Es por ello que Dios puede perdonarnos y recibirnos en misericordia cuando confesamos nuestros pecados en arrepentimiento.

Para los creyentes, la ira de Dios ya no está de continuo sobre nosotros. Esa ira ya fue recibida por Jesús. Esto no quiere decir que tenemos una licencia para pecar libremente contra Dios (Romanos 6:1-2). Por el contrario, Su infinita gracia y misericordia nos debe llevar a postrarnos ante Él y dolernos profundamente cuando pecamos. El Hijo de Dios recibió el castigo que nosotros merecíamos recibir. Así que cuando llegue a nuestra mente el pensamiento de que Dios está enojado contra nosotros por haber pecado, recordemos que esa ira ya ha sido depositada sobre Jesús.

Esperanza para los pecadores

Debemos recordar el evangelio constantemente para evitar caer en la mentira de no confesar nuestros pecados. Al igual que Adán y Eva, al caer en el pecado nos queremos esconder de Dios y así evadir nuestra responsabilidad. Sin embargo, la Biblia nos recuerda que ya no hay ninguna condenación para los que están en Cristo Jesús (Romanos 8:1). El cordero de Dios pagó la deuda de nuestra rebelión, por lo que podemos venir en arrepentimiento delante de Dios para recibir Su gracia.

¿Qué Dios hay como Tú, que perdona la iniquidad Y pasa por alto la rebeldía del remanente de su heredad? No persistirá en Su ira para siempre, Porque se complace en la misericordia (Miqueas 7:18).



Escrito por: Aldo Pérez