¿Cómo glorificar a Dios en el trabajo?
El trabajo, aunque muchas veces no lo parezca, es una bendición de la gracia común de Dios (regalo de Dios para creyentes y no creyentes). Es el medio por el cual podemos adquirir alimento, vestido, calzado, transporte, entretenimiento, etc.
Si te has incursionado en el mundo laboral, probablemente ya has acumulado diferentes experiencias o anécdotas con jefes y compañeros de trabajo, algunas buenas y otras muy desagradables. Independientemente de la situación en la que te encuentres, debes recordar que si has creído en el evangelio, Dios te ha llamado a ser luz en el lugar en el que te encuentras como lo menciona Mateo 15:14.
Es común escuchar consejos como: “Sé un buen trabajador”, “llega temprano” u “obedece a tus jefes”. Todas estas acciones son buenas. Sin embargo, una persona no creyente puede cumplir con estos requisitos sin intenciones de glorificar a Dios. Entonces ¿de qué depende si una persona glorifica a Dios o no? De las intenciones y motivaciones del corazón:
Si buscas a toda costa llegar a tus metas o cumplir con tus deberes para ser reconocido por tus jefes o para que tus compañeros vean “lo dedicado y esforzado que eres”. Si sufres más cuando cometes un error en tu trabajo, que cuando pecas contra Dios. Si haces todo tu trabajo para que vean “lo mucho que haces y lo mucho que te esfuerzas” para “darle gloria a Dios” pero sabes en tu interior que sólo quieres el reconocimiento humano y que vean lo “buen cristiano que eres”, entonces no estás glorificando a Dios, lo que buscas es glorificarte a ti mismo y a esto Dios lo llama idolatría.
Para poder glorificar a Dios en el trabajo, es decir, reflejar el carácter de Jesús en nuestras acciones y pensamientos. Es fundamental recordar nuestra nueva identidad en Cristo que parte del evangelio.
¿Has sentido que nadie entiende cuando estás lleno de actividades? ¿El estrés te consume? Gracias a que Jesús vino en forma humana, puedes descansar en el hecho de que él también habitó esta tierra corrompida y sabe lo que implica trabajar, estar cansado, tener días llenos de ocupaciones.
Tomate unos minutos durante tu jornada laboral para expresarle a Dios en oración tus preocupaciones y para pedir sabiduría, la cual dará abundantemente y sin reproche (Stg 1:5).
El evangelio transforma las motivaciones de nuestro corazón pecaminoso en un genuino deseo por reflejar a nuestro salvador en cada área de nuestra vida, al recordarlo será más fácil obedecer mandatos como: Ser obedientes a nuestros jefes y tratarlos con respeto, aún si son personas difíciles de soportar (1 P. 2:18) con un corazón sincero que teme a Dios (Col. 3:22) . De esta manera podremos servir a nuestros jefes con libertad, sabiendo que tenemos un Señor que nos ha dado una nueva identidad y con la ayuda de su Espíritu Santo, podemos vivir como ciudadanos del Reino Celestial en la tierra.
Puede que tengas el empleo de tus sueños, seas un exitoso emprendedor o tal vez la necesidad económica te ha llevado a aceptar un empleo que no te agrada tanto. Cualquiera que sea tu situación, es importante que recuerdes que tu identidad no te la da tu profesión u oficio, tampoco tu salario, ni tu conocimiento específico en un tema. Tu identidad te la da Cristo cuando crees en el evangelio.
Más a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios (Jn 1:12).
En conclusión, debido a que Cristo no solo vivió y murió, sino que también resucitó y ascendió, podemos tener la certeza que por más abrumador que sea nuestro trabajo en esta tierra, nuestro trato con clientes, o por más magnífico y beneficioso que sea nuestro salario y actividades laborales, los empleos como los conocemos en la actualidad no existirán cuando Dios instale completamente su Reino en la tierra. Por lo tanto, reflejemos la imagen de Cristo en nuestras acciones, compartamos las buenas nuevas del evangelio a otras personas y todo lo que hagamos, sea de palabra o de hecho, hagámoslo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él (Colosenses 4:17).
Autora: Brenda Pérez